sábado, 6 de mayo de 2017

Sardinas a lo Bonzo

Esta receta, por su elevado precio y tiempo de preparación previa, está pensada para una ocasión muy especial, única podríamos decir. Pero garantizamos que al servirla, convertiremos dicha ocasión en un acontecimiento realmente inolvidable. Porque seguro que tus invitados jamás habrán visto sardinas que han vivido en una pecera con whisky, y que además saltan al fuego por propia voluntad.

Paso 1: Criando nuestras sardinas
Debemos comenzar a preparar la receta con un mínimo de seis meses de antelación al evento programado. Comenzaremos decidiendo cuántas sardinas necesitamos, en base a la cantidad de invitados que tenemos. Cuando conozcamos la cantidad, iremos a una tienda de animales donde compraremos una pecera de agua salada del tamaño adecuado (recomendamos encarecidamente seguir las instrucciones del dependiente sobre el tamaño y el mantenimiento). Si la cantidad de pescado que necesitamos es muy alta, y no hay peceras del tamaño adecuado, siempre podemos hacer construir una gigante en el jardín, o utilizar la piscina del chalet.

Una vez que hemos comprobado que la pecera funciona correctamente y no se va a convertir en un Mathausen de sardinas, procederemos a llenarla de agua mezclada con whisky, para lo que tendremos que respondernos a estas dos preguntas:

·        ¿Cuánto whisky hay que añadir? Según mi propia experiencia, la cantidad ideal es una botella de 70 cl por cada diez sardinas. Menos de esa cantidad apenas da sabor a la sardina, y más puede resultar excesivo.
·        ¿Qué whisky le echo? Eso depende del gusto y del presupuesto de cada uno. Hay que tener en cuenta que los expertos recomiendan cambiar el veinte por ciento del agua cada semana, lo que significa que si tenemos trescientas sardinas, habremos usado treinta botellas de whisky el primer día, y cada semana gastaremos seis más. Claro que podríamos hacernos los suecos, y para ahorrar un poco reducir la cantidad de agua que cambiamos, o hacerlo cada dos semanas, por ejemplo. Eso sí, yo recomiendo no acudir a marcas de whisky especialmente baratas, como las marcas blancas de supermercado, e ir a lo seguro y adquirir una de las marcas más vendidas, como J&B o White Label. Que queremos que nuestras sardinas sepan a whisky, no a matarratas ni alcohol de quemar.

Dejamos el agua con el whisky ciclándose sin peces durante unos días para que el ecosistema de la pecera se estabilice. Pasados esos días, ya podemos llevar a nuestras sardinas a su nuevo hogar.

Paso 2: Que las sardinas obedezcan a su Dios
Aquí comienza la tarea más importante, y a la vez la más complicada. Porque durante los cuatro o cinco meses siguientes no solo deberemos  cuidar de nuestras sardinas como haríamos con cualquier pez de acuario, dándoles de comer, limpiando la mierda las impurezas que se generan y cambiando el agua cuando corresponda. Además de todo eso, debemos convertirnos en su Dios para conseguir el día señalado se autoinmolen.

¿Y cómo lo logramos? No hay una regla fija. Como buenos dioses deberéis encontrar vuestro modo de conseguir que las sardinas obedezcan a su Amo. Pero como no es nada fácil lograrlo, os voy a dar una guía paso a paso, que a mí me dio buen resultado.

·        Los primeros días la omnipresencia es imprescindible. Han de acostumbrarse a tener siempre tu imagen siempre presente. Han de verte observándolas, vigilando sus actos, juzgando. Han de ver que eres tú quien les da de comer, e incluso beber del agua en la que viven (de todos modos, tienes que comprobar si la concentración de alcohol es adecuada). Cuando no puedas estar presente, una fotografía reciente servirá para que no noten tu ausencia.
·        Cuando ya estén acostumbradas a tu presencia, debes comenzar a desaparecer. Estas desapariciones han de estar acompañadas de pequeños desastres, como una menor cantidad de comida, una ligera disminución de la temperatura del acuario, o llevar la Oscuridad a su mundo. Sin pasarse, que queremos asustarlas, no matarlas. Cuando regreses, trae contigo la abundancia y la comodidad que antes les has negado. Al principio se mostrarán desconcertadas y atemorizadas, y con el paso del tiempo, aprenderán a reclamar tu presencia mediante rezos y adoraciones, para que les quites la desgracia. Comienza respondiendo raudo a sus rezos, y ve haciéndote de rogar conforme avancen las semanas.
·        A estas alturas habrá pasado aproximadamente la mitad del tiempo de crianza, y las sardinas serán fieles a su Dios con una fe absoluta. Es el momento de empezar el adiestramiento para que hagan lo que les ordenes. Comienza con tareas relativamente sencillas, como hacer que naden en la misma dirección. Usa órdenes verbales (aprenderán a identificar los sonidos), señales con las manos y moverlas tú directamente. También es importante la ayuda visual: enfoca un proyector hacia la pared del acuario y muéstrales imágenes sencillas con lo que quieres que hagan. Si te hacen caso, dales un premio. Si no, castígales.
·        A falta de una semana del gran Día, comprueba su nivel de obediencia ordenando un sacrificio sardinil. Se resistirán un poco, pero lo harán, porque su fe estará por encima de cualquier otra consideración.
·        Si la prueba anterior ha sido un éxito, es el momento de prepararlas para el Día de la Transformación. Deberás conseguir que el día señalado, a una palabra tuya, salten ordenadamente del borde de la pecera hasta una parrilla encendida. Deberán pensar que con este acto de inmolación llegarán hasta ti, su Dios. Y técnicamente será cierto, porque llegarán hasta tu estómago, y el de tus invitados.

Si todo ha seguido el curso correcto, ya estáis preparados para el Gran Día.

Paso final: que comience la función
La preparación del escenario para el Gran Día ha de ser cuidadosa. Transfiere tus sardinas de la pecera a un contenedor portátil, para poderlas llevar al lugar elegido para el espectáculo. 

Recomendamos encarecidamente hacerlo al aire libre, en un jardín o parque lo más espacioso posible. 

Coloca el contenedor junto a la parrilla donde van a saltar las sardinas, además de lo necesario para cocinarlas (utensilios de cocina, aceite, salsas, especias…). Ordena los asientos de los comensales formando un semicírculo alrededor del escenario. Una vez que estén todos sentados y expectantes, haz que comience la función. Da la orden que han aprendido, y las sardinas deberían saltar al fuego solas, donde quedarán bien asadas.


El espectáculo de verlas saltar, junto a la pequeña llamarada que surge por el contenido de alcohol de sus cuerpos, y el sabor que deja el whisky con que han sido macerados, convertirán una simple merienda en una experiencia digna de recordar, que tus comensales comentarán durante largos años.

No se me olviden de comentar el resultado del experimento culinario que acabo de presentar.

jueves, 6 de abril de 2017

El Clan

Allí estaba N’ra, observándome mientras aguardaba mi respuesta. Por mucho que creyese que lo que estaba haciendo le daba poder dentro del Clan, no era más que una embajadora a la que habían enviado a hacerme el ofrecimiento.

—No puedes mantener tu postura mucho tiempo más —continuó—. Quedáis muy pocos fuera del Clan. Me sorprendería que quedase alguno al terminar el invierno.

—No cederemos. Nos mantendremos firmes —respondí.

N’ra suspiró.

—¿Tan seguro estás? El invierno será duro, y vuestras fuerzas están muy menguadas. Los más jóvenes ansían una vida más cómoda, mientras que los más viejos no sobrevivirán.

—Mi respuesta no cambia.

—Te estás quedando solo. Tu familia, tus amigos, todos los que conociste un día están con nosotros. Ahora llevan una vida mejor. Tu obcecación te perjudica.

—Repites los argumentos de siempre. —Me estaba empezando a impacientar —. Así no conseguirás que cambie mi decisión.

N’ra sonrió, como si estuviera esperando esa respuesta.

—Conozco el motivo por el que no quieres unirte a nosotros. Crees que plegándote a nuestro gobierno vas a perder tu identidad. Que perderás tu independencia, y pagarás las comodidades que te ofrecemos con tu humanidad.

Guardé silencio, expectante.

—Has de saber —continuó—, que te equivocas. No pierdes tu independencia, mucho menos tu humanidad. Ingresar en el Clan no anula tu personalidad, ni te fundes en una masa informe de seres descerebrados. Seguirás siendo igual. La única diferencia es que tu estómago estará más lleno y tu cama más caliente.

Mantuve mi silencio. Aunque sonaba sincera, sabía que estaba mintiendo, o, al menos, que no decía toda la verdad. Estaba convencido… creo.

—¿Y bien? —cortó N’ra el largo silencio.

—No.

—Si me marcho, no nos volverás a ver. Ni a mi, ni a nadie del Clan. Y los demás rebeldes aceptarán unirse a nosotros cuando escuchen lo que te he dicho ahora. Te quedarás solo. Morirás solo.

—Mantengo mi respuesta.

—No insistiré más. Hasta siempre.


Suspiré mientras observaba a N’ra alejarse. No sabía si la elección había sido correcta, o era un viejo intolerante que mantenía una postura incomprensible por tozudez, pero la decisión ya era definitiva. 

lunes, 10 de noviembre de 2014

Opino, pero sólo si no cuenta

Hoy era un día que tenía señalado en mi agenda desde hace meses. Era el día en el que me tenía que presentar ante la Audiencia Provincial como posible jurado en un juicio.

Digo "tenía", porque hace unas semanas me enviaron un burofax en el que me informaban que no tenía que comparecer, puesto que la causa había sido suspendida.

Hace casi veinte años que se promulgó la ley del Jurado. Desde entonces, el comentario casi invariable que he escuchado sobre el tema se parece mucho a un "yo no quiero ser jurado", un "no tengo conocimientos suficientes para tomar una decisión adecuada" o "no quiero cargar con una responsabilidad así". Claro que eso lo dice gente que se atreve a opinar sobre cualquier tema.

Yo no tenía ningún problema por tener que acudir de jurado. Y tampoco me he sentido aliviado por no tener que hacerlo. Considero que si me creo capacitado para dar mi opinión en casi cualquier tema de actualidad, si me esfuerzo en contrastar fuentes y para formarme un criterio propio, debo ser capaz de responsabilizarme de dichas opiniones.

Esa es basicamente la única diferencia entre opinar en el bar y tomar una decisión como jurado. Durante el juicio te dan toda la información disponible para que tu opinión sobre los hechos juzgados sean lo más consecuente posible. A cambio sólo te piden que seas responsable de lo que dices.

Pero claro, todos queremos opinar, pero si no nos hacen rendir cuentas sobre lo dicho. Entonces no, yo no sé nada y que opinen otros. Y después ya criticaré su opinión en el bar, como debe ser.
Y así con todo: Nos quejamos que el Gobierno toma decisiones que afectan a nuestras vidas sin consultarnos, nos quejamos del derecho de pernada que concedemos cada cuatro años, pero no queremos referéndums, que votar continuamente es muy cansado y que realmente elegimos a los gobernantes para que decidan por nosotros, sin pensar que hay cuestiones de gran importancia en las que no podemos delegar nuestra decisión en nadie.
Para votar de un modo consecuente, hay que tener ideas propias, informarse bien y actuar con responsabilidad. Y para que un gobierno se plantee preguntar al pueblo sobre los asuntos importantes, necesita formar democráticamente, informar con transparencia, y tratar a la gente como seres inteligentes.
Y eso no es compatible con tener un pueblo formado por borregos.

miércoles, 15 de enero de 2014

Aprendiendo a rimar

Hay un refrán que dice "Nunca te acostarás sin saber una cosa más". Y yo, que la sapiencia popular me la tomo muy en serio, me veo obligado a dormir muchos días de pie.  Y puedo aseguraros que no se descansa igual que tumbadico en la cama. Así que hoy he decidido ponerme manos a la obra, e intentar aprender alguna cosa nueva.

Pero... ¿qué puedo hacer? Hay tantas cosas por aprender, tantos mundos por descubrir, tantas maneras de ejercitar la neurona que no sé ni por dónde empezar. Podría aprender sobre energía nucelar (que no nuclear, no vayamos a contradecir al gran Homer), podría investigar sobre el ciclo reproductivo de la gaviota pepera o podría aprender mecánica de todoterrenos. Pero todo eso es tan mundano...

Ya sé. Me dedicaré a las artes. ¿Cual de ellas? ¿Pintura? No, que las manchas del suelo salen muy mal. ¿Teatro? Ni siquiera sé lo que significa eso del chubi orno chubi. ¿Literatura? Puede... pero vayamos un poco más lejos. Me dedicaré a la poesía. Que seguiré sin ligar, pero al menos podré aprovechar mis fracasos amorosos para darle más sentimiento a esas obras que nadie comprará.

Por supuesto, no voy a empezar escribiendo grandes odas ni tragedias. Tendré que practicar con algo más mundano. Así que aprovechemos que acaba de empezar el año (¿hola? No sé si te has enterado, pero ya estamos a día quince), para hacer una rima de felicitación.

Vamos allá. A ver que tal sale


Feliz año dos mil catorce
por el culo te la hinco


Y ya está. Para ser la primera no está tan mal, ¿verdad?. Con un poco más de práctica, acabaré siendo un gran poeta. Pobre, pero con aires de intelectual. Y lo que es más importante, esta noche podré dormir tumbado.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Antoñico el invécil

A las buenas tardes. Me llamo Antonio Fuensanta, aunque tós me llaman Antoñico, Antoñico el Invécil. Me gusta que me digan así porque lo dicen con cariño, aunque madre se pone como una burra cuando lo oye, y les grita que no soy invécil, solo lentico de ideas.

Aqui en Torrijo de la Cañada tengo a mis amigos. Y son muy buenos conmigo. Me preguntan casi tós los dias como estoy, qué cosas divertias he hecho, y cómo me va con las zagalas. Don Julián, el párroco, me dice que se estan burlando de mi, pero eso no pué ser... yo creo que me quieren mucho (como amigos, no vayamos a joder la marrana).

El otro dia, por ejemplo, me se acercan el Alberto y el Prica, que lo llaman así porque una vez que fue a la capital, lo arrestaron por intentar llevarse un jamón en el Prica (creo que ahora lo llaman Carrefú o algo así), Pos eso, que me se acercan el Alberto y el Prica, y me dicen que van a hacer una fiesta, y quieren invitarme.

"¡Voy a una fiesta, voy a una fiesta!", Yo reía, corría, saltaba, cantaba y aplaudia, y ellos se reian también.

"Además, vamos a comprar unos globos mu caros, pa que la fiesta sea cojonuda, Mira, Antoñico, mira que guapos".

El Prica me enseña el globo. Debe ser mu caro, porque no viene en bolsa grande, sino que en el paquete hay uno solo. Me dice que lo abra, yo lo hago, y saco el globo... paice un poco mojado, y no se hincha mucho, pero si, es mu guapo.

"Ostia, que globo"

"Es mu caro", me dice el Alberto, "y se llama condón, y lo vende la señá Lucía.. Anda, Antoñico, haznos el favor de ir a comprar diez cajas, que sabes que no me dejan ir desde que me pillaron con la Pili".

Me da dinero, y voy a donde la señá Lucía, que es donde madre me manda a comprar aspirinas y tiritas. Entro, y le digo

"Buenas tardes señá Lucía"

"Buenas tardes Antoñico, tesoro ¿qué tal hoy?"

"Mu bien, gracias" Siempre tan buena conmigo.

"¿Qué se te ofrece hoy? ¿Tu padre se ha quedao sin jarabe pa la tos?"

"No, señá Lucía, hoy quiero diez cajas de condones"

"¿Diez cajas de queeeeee?" Jope, paice que s'ha asustao.

"Condones, señá Lucía, diez cajas de condones"

"¿Y pa qué quieres eso tu, Antoñico de mi vida?"

"¿Pa qué va a ser? Pos pa hacer una fiesta"

La señá Lucia que se desmaya, la Pili que se escojona de risa, don Andrés que me da un sopapo que casi me estozola. Salgo corriendo de la tienda, le digo al Alberto y al Prica lo que ha pasao, y que ellos se echan a reir tambien... y yo, que soy torpecico pa entender los chistes, me rio tambien pa que no se note que no me he enterao que pasa...

Y es que el Alberto y el Prica se estan riendo tol santo dia conmigo, y me dicen que soy mu divertido y cachondo. Y por eso me tratan tan bien.

viernes, 22 de abril de 2011

Historia de dos ovejas

Beeeea y Beeeelinda correteaban por la pradera, jugando alegremente tal y como deben hacerlo dos jóvenes ovejas como ellas. Allá, colina arriba, estaba el carnero Beeeernabé, que era el encargado de vigilarlas.

Cada vez que se alejaban, Beeeernabé las llamaba para que se quedaran más cerca. Ya tenía cierta edad y no podía correr mucho, pero aún tenía una voz imponente.

--Jo, que pesado es el señor Beeeernabé --protestaba Beeeea --. No nos deja divertirnos.

--Es su trabajo –contestó Beeeelinda--. Se preocupa por nosotras, no quiere que nos pase nada.

--¿Y qué nos puede pasar aquí? Estamos a un tiro de piedra de la granja, es un lugar apacible, no hay animales peligrosos ni acantilados donde podamos caer. Y si nos perdemos… gracias a la marca que llevamos saben quién es nuestro dueño.

--Ya, pero aún así, puede haber otros peligros. ¿Recuerdas lo que contaba la tía Beeeegoña?

--Las historias de la tía Begoña son cuentos de miedo inventados para asustarnos y tenernos controladas. No hay fantasmas ni desapariciones misteriosas --terminó, tajante, Beeeea.

Beeeelinda suspiró, pero no dijo nada más. Prefería seguir jugando a eternizar la discusión.

Y así estuvieron toda la tarde, correteando incansables y escuchando los gritos de Beeeernabé cada vez que se alejaban más de la cuenta.

Pero Beeeernabé ya no era un carnero joven, y ya no era capaz de mantenerse siempre alerta. El agradable sol de la tarde hizo el resto, y Beeeernabé se quedó dormido. Por eso las dos ovejas pudieron alejarse sin escuchar ninguna llamada a regresar.

Tanto se alejaron, que se perdieron. La noche las pilló dando vueltas por unos parajes desconocidos para ellas. Estaban cansadas, hambrientas y asustadas. Pero no querían dejarse vencer por el miedo, así que siguieron caminando.

Unas horas más tarde, encontraron a unos hombres. Las dos ovejas, después de ser alimentadas, fueron conducidas a un camión. Subieron, y el camión se puso en marcha.

Beeeea y Beeeelinda tenían mucho miedo. Aunque no habían perdido la esperanza, estaban casi seguras que no iban a la granja. Habían sido secuestradas.

Cuando el camión llegó a su destino, les pusieron un collar con un enorme número: Beeeea tenía el 184 y Beeeelinda el 185. Posteriormente, fueron conducidas a una verja, donde las dejaron junto a cientos y cientos de ovejas, de todos los tamaños, colores y edades.

--¿Qué van a hacernos? --preguntó Beeeea a una de sus nuevas compañeras --¿Nos van a matar?

La oveja cuestionada sonrió.

--No, ni mucho menos. Os van a contar.

--No entiendo.

--Esta es una granja de ovejas para contar. Cuando un niño no puede dormir, salimos nosotros una detrás de otra, para que nos cuente y así poder conciliar el sueño.

Iba a seguir preguntando, pero no pudo, porque de repente llegó un hombre gritando.

--¡Venga, que hay trabajo. Todas en fila!

Y todas las ovejas, en el orden que marcaba el número que tenían en el collar, salieron corriendo, dirigiéndose a una pequeña cerca de madera, para saltarla inmediatamente.

La verdad es que a nuestras ovejas no les pareció un trabajo muy duro, al menos la primera vez. Pero tener que hacerlo treinta y siete veces sólo la primera noche… fue demasiado agotador.

Ambas ovejas, al igual que el resto del rebaño acabaron agotadas la noche, y se pasaron casi todo el día siguiente durmiendo. Cuando despertaron, ya atardeciendo, decidieron intentar escaparse, aunque imaginaban que el riesgo era algo.

Durante los cuatro primeros saltos, no pudieron ni intentarlo, en los tres primeros la vigilancia todavía era muy alta, y en el cuarto porque no tuvieron que salir, ya que el niño se durmió muy pronto.

Cuando llegó el quinto salto, viendo que los vigilantes bajaban la guardia pensando que ya no iba a pasar nada, aprovecharon para, cuando estaban a punto de llegar a la cerca para saltar, girar bruscamente hacia la derecha y salir corriendo de allí. Cuando los guardias se dieron cuenta, y salieron en su busca, ya llevaban una buena ventaja.

Corrieron hacia el pueblo más cercano, deseando poder llegar antes de que las capturasen, pero los vigilantes eran más rápidos y acabarían por atraparlas. Cuando ya estaban a punto de pillarlas, apareció una patrulla de policía, lo que obligó a huir a los vigilantes.

Beeeea y Beeeelinda se acercaron a la patrulla, De ella bajó un policía que se quedó observándolas.

--¿Qué hacéis aquí, sueltas? Vuestro dueño va a tener que pagar una multa muy gorda.

Hicieron venir a una furgoneta, las subieron en ella, y las condujeron a la granja. El granjero pagó gustoso la multa.

Beeeea y Beeeelinda por fin pudieron descansar en su casa. Su historia las convirtieron en las ovejas más famosas de toda la granja.

Se volvieron un poco más responsables (sólo un poco). Crecieron, tuvieron su propia descendencia, a la que le contaron su historia. Pero, naturalmente, por mucho miedo que diese el relato, las criaturas, cuando jugaban, intentaban alejarse más de la cuenta, hasta que el grito del cuidador de turno las hacía regresar.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El señor Serafín

--Ya hemos llegado. El lugar donde crecí.

Ana sonrió. En los meses que llevábamos saliendo había tenido tiempo sobrado para entender y aceptar que hablar sobre mi vida me cuesta horrores. Por eso, cuando la invité a acompañarme al pueblo para pasar las navidades, lo aceptó como el gran avance que suponía para nuestra relación.

Acabábamos de dejar el coche en la entrada, y mientras avanzábamos por la calle principal iba contándole como era la vida en el lugar. Cómo teníamos que ir al pueblo de al lado para ir a la escuela, cómo teníamos que ayudar en casa antes de hacer los deberes,

--En verano salíamos a jugar casi todos los días --le contaba--. Cumplíamos con nuestras obligaciones por la mañana, y por la tarde nos juntábamos todos para jugar.

--¿En invierno no salíais a jugar?

--Entre semana, entre las clases y las tareas apenas nos quedaba tiempo. Yo aprovechaba las horas finales del día para leer. El fin de semana, si hacía buen tiempo si, salíamos igual. Si no, o tocaba quedarse en casa. Eso sí, los sábados por la tarde nos juntábamos casi todos los del pueblo en el salón del Ayuntamiento.

--¿Para qué?

--Era una especie de reunión de hermandad. El alcalde consideraba que era bueno para la convivencia que nos juntáramos un día a la semana para pasar una tarde en común. Cada familia llevaba algo de comer, y aportábamos una pequeña cantidad de dinero para poder comprar las bebidas. Los críos jugábamos a cosas que no molestasen mucho, y los mayores se dedicaban al guiñote, a discutir lo que fuera, o a hacer cualquier cosa. Si había que decidir algo, se hacía entonces. Si había problemas entre vecinos, era el mejor momento para solucionarlos. Como estábamos acostumbrados a solucionar las cosas de ese modo, lo aceptábamos sin problemas y pocas cuestiones quedaban pendientes para la semana. Realmente ayudaba mucho para nuestra convivencia.

Ana escuchaba mis explicaciones con mucha atención, mientras seguíamos recorriendo las calles del pueblo.

--Claro que no todos iban --continué--. Aparte de los que fallaban algún sábado concreto, había gente que eso lo consideraba una estupidez, y no quería perder el tiempo allí. Como, por ejemplo, el señor Serafín.

--¿Quién era?

--Era un hombre de esos que ahora llaman “hecho a sí mismo”. Con mucho trabajo y mucha dedicación, consiguió que la destartalada granja de sus padres llegara a ser un próspero negocio avícola. Era considerado el hombre más importante del pueblo, más incluso que el alcalde o el médico. Era considerado un ejemplo a seguir. Mi padre me decía que si trabajaba duro como él, podría llegar lejos en este mundo.

--¿Y?

--Yo no le contestaba, no quería discutir con él, pero realmente no me parecía una opción tener que supeditarlo todo a trabajar y llegar más lejos. Escuchando los comentarios en las reuniones de los sábados, notaba cómo era admirado, pero no querido. Fastidiaba que no se relacionase con los demás, por estar siempre ocupado. Algunos lo disculpaban, pero la mayoría tenía la sensación de no ser lo bastante buenos para él. Ese fue el germen de la discordia.

--¿Por qué?¿Qué pasó?

--La prioridad de muchos vecinos empezó a cambiar. La relación con los demás dejó de ser importante para ellos, había que dedicar más esfuerzos al éxito. Cada vez iban menos vecinos a las reuniones de los sábados, hasta que, tras las elecciones y el cambio de alcalde, fueron canceladas para siempre.

--Una pena --comentó Ana, melancólica.

--Si. Una pena. Las relaciones entre los vecinos empeoraron mucho, dejó de haber interés común y dejamos de ser un pueblo unido. Como ya no me gustaba el ambiente, en el momento que pude me largué de aquí, y sólo vengo una vez al año, para celebrar las navidades con la familia.

--Y aquí estás, otro año más.

Asentí con la cabeza.

--¿Qué pasó con el señor Serafín? --me preguntó.

--¿El señor Serafín? Cada año que pasaba se hacía más rico, más importante. Pero seguía sin tener tiempo para nada. El pueblo le dedicó una plaza, y ni siquiera asistió a la inauguración. Apenas se relacionaba con nadie fuera de su trabajo, pero parecía no importarle. Llegó a ser uno de los hombres más ricos de la provincia. Y ahora…

--Ahora, ¿qué?

--Ven, te lo enseñaré.

La agarré de la mano, y la llevé hasta el final del pueblo. Tras el muro, estaba el cementerio del pueblo, donde, en el mismo centro, había una lujosa tumba. Tan lujosa, que bien podría haber pertenecido a un rey. Nos detuvimos delante de ella.

--Ahí lo tienes --le dije--. El señor Serafín, el más rico del cementerio.