martes, 29 de junio de 2010

El Chino y sus rarezas

(Extraído de Método, autobiografía de Marcos Val)


Todas las cosas que he visto en mis treinta años de profesión, todas las anécdotas que atesoro, tanto las que cuento en este libro como las que se quedarán en el tintero, toda la gente buena, mala, regular o extraña que he conocido no son nada comparadas con Alberto Sánchez, al que todo el mundo conocía como El Chino.

Alberto nunca tuvo buenas críticas. Los que “entendían” de teatro, decían que su interpretación resultaba extraña, se perdía en detalles que deslucían la obra. No eran capaces de ver que precisamente esos detalles le hacían único.

Eso sí, su fama de bicho raro era bien merecida. En sus escasos años como celebridad, raro era el día que no venía alguien preguntando si sabíamos la última del Chino. Las burlas y chascarrillos sobre sus fechorías iban desde la más sucia de las tabernas hasta el mismísimo Ministerio de Cultura. Eran lindezas que no le dejaban bien parado, y, por supuesto, casi todas eran falsas, pura leyenda. Era el personaje ideal para los chistes de la época.

Los que compartimos tablas con él conocíamos las auténticas rarezas de Alberto, que no eran pocas. Su forma de actuar a veces lo convertía en un compañero incómodo, pero a pesar de todo le teníamos en gran estima. Por eso evitábamos alimentar las burlas con nuevas historias.

Recuerdo especialmente una noche en el teatro de Salamanca. Alberto y yo representábamos Los Desposeídos, en la que éramos los únicos intérpretes.

El argumento era sencillo. Interpretábamos a dos amigos que habían abierto juntos un negocio. Pero el negoció acabó siendo ruinoso, y los personajes lo perdían absolutamente todo: dinero, posesiones incluso sus esposas. La acción transcurría en la oficina del negocio, el día anterior a ser embargado. Allí, ambos personajes hablan, se sinceran y se echan los problemas a la cara mientras se beben una botella de tequila, aumentando visiblemente su borrachera durante la obra.

Obviamente lo que había en la botella no era tequila. Lo que había en esa botella de Cuervo era simplemente té.

Esa noche inicié mi actuación como siempre. Se abre el telón con Alberto sentado en medio del escenario, mientras se sirve el primer vaso de tequila. Yo entro por la izquierda gritando, enfadado y desesperado. Alberto se levanta, me mira fijamente, y cuando por fin me callo, llena otro vaso y me lo da. Me bebo el chupito de un solo trago y carraspeo al pasar por mi garganta el alcohol puro.

Pero esa noche la tos no fue fingida. Casi me atraganto al percatarme que aquello no era té, sino auténtico tequila.

Le miré sorprendido, preguntándole con la mirada qué coño estaba haciendo. Su respuesta fue beber su tequila de un solo trago también… y continuar con sus frases.

Estaba sorprendido, no sabía por qué lo estaba haciendo, ni qué podía hacer yo. Así que hice lo único que podía en ese momento: continuar con la representación y beber de mi vaso cuando tocaba.

Al tercer chupito empezábamos a alargar las palabras, a media representación ya estaba mareado, y sinceramente no sé muy bien cómo logré terminar mi papel aquella noche. Aunque supongo que el resultado no fue tan malo, porque recuerdo que estábamos los dos delante del telón, aguantando el equilibrio como podíamos mientras la gente aplaudía como loca.

Las críticas dijeron que había sido una buena obra, que mi interpretación de borracho fue perfecta, pero la de Alberto dejaba que desear.

Y con eso se demostró que los críticos no tenían ni idea, porque aquella noche nadie podía hacer de borrachos mejor que nosotros.

Cuando me enteré de la muerte del Chino, supe que jamás volvería a hacer una interpretación tan realista como aquella.

5 comentarios:

Brujita dijo...

lo has conseguido :)

Marta (Tuki) dijo...

Un cariñoso saludo

Anónimo dijo...

Siempre nos encontraremos con bichos mas raros que nosotros mismos... eso es lo que los hace inolvidables..

Unknown dijo...

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